lunes, 23 de febrero de 2009

fantaseando sobre el fin del mundo

Las fantasías del último exterminio y nuestra reacción frente al caos absoluto es una idea recurrente en el universo humano. Porque lo que nos aterroriza es la tortura y la muerte colectiva de un mundo que no tendrá continuidad, que no nos sobrevivirá, avivando el miedo ancestral de imaginar un planeta sin nosotros.

Podemos decir que nos hemos refinado en nuestra imaginación apocalíptica ya que ahora no solo existe la tradicional forma de acabar con el genero humano con bolas de fuegos y jinetes voladores acompañados por su correspondiente pelotón de Ángeles vengadores, ahora el final puede venir de la destrucción de la naturaleza o en otros casos de nuestra viciosa moral, siendo los dos escenarios igual de devastadores. Obviamente en la modernidad no hay cabida para un Dios destructor, ya no delegamos responsabilidades en lo metafísico, ahora somos nosotros solitarios e irresponsables, que creamos nuestro propio Apocalipsis lo cual lo hace más plausible y por eso más terrorífico.

McCarthy y The Road, el perfecto ejemplo de un mundo que los humanos dejaron en ruinas, el cielo gris plomizo, las cenizas cubriendo todos los objetos, ningún rastro de vida, ni siquiera la tan mentada cucaracha sobreviviente, nada, eso es lo que le queda a la raza humana. Es ahí donde un hombre y su hijo buscan el mar, un mar negro sin cielo, sin sonido, completamente desolador y perverso. Tanto las causas de la debacle como el objetivo de la búsqueda no son claros, todo es oscuro, hasta el alma de los sobrevivientes que canibalizan a los más débiles.
También imaginamos la perdida de nuestra ética humana como fin del mundo. El ser humano se convierte en un juguete del consumismo, alienado, insensible, lleno de ruido y aburrimiento, Brazil proyecta esa sensación de vacío y la escena final con los anuncios de publicidad gastada en un paisaje contaminado que rodean a una ciudad perdida en su egoísmo lo dice todo. También esta la versión tropical del Apocalipsis donde Cuba se convierte en el basurero tóxico de mundos burbuja de consumismo extremo, aquí el paraíso y la salvación esta en la mata de mango que espera después de sobrevivir la inmersión en el Black, un río que contiene todo el dolor y odio del mundo. En este libro Juan Abreu nos recuerda el valor de lo básico, lástima que para el ser urbano y postmoderno esto nunca es suficiente.
La locura es colectiva, y no solo se queda en el cine o en la literatura, para eso solo nos basta recordar el ataque de gas sarín al metro de Tokio en 1995 con el que la secta Aum buscaba producir su propio Apocalipsis ya que gracias a esto el ser humano tendría la posibilidad de reconstruir el mundo, una tierra prometida limpia y nueva (me imagino que sin mata de mango por la imposibilidad nipona de incluirla en su cotidianidad), para empezar el ciclo otra vez. Claramente los responsables de esta nueva tierra serían los perpetradores del atentado, muy bien.

Seguimos teorizando y ahora el fin del mundo se cronometra en Chicago, solo 5 minutos nos separan de ese imaginado fin gracias al climate change, no estoy segura si está cuadrado este reloj con las predicciones Mayas que llegaron hasta el 2012 por causas desconocidas claro está (puede ser que se les acabó la piedra, llegaron los españoles o ellos mismos acabaron con su entorno y por eso les llego su propio Apocalipsis, vaya uno a saber). Pero como homo sapiens que somos, creo que podemos olvidarnos del fin y vivir el presente construyendo el mejor mundo posible ya que el final de toda historia siempre está ahí atemporal y paciente y espero que a mi me reciba sin bolas de fuego ni refugios atómicos ni compañeros de charlas deshumanizados. Que el final este lleno de la paz de la vejez y una vida donde el final no cabe, solo el principio posible de todo lo bueno que viene.

De que se rien los villanos?

En el imaginario del hombre siempre ha existido el miedo como motor, como búsqueda ciega de placer y significado ya que lo desconocido nos llama a explorarlo, a pesar del escalofrío en la espalda. El placer terrorífico surge como vértigo, el gusto por el grito contenido en una sala de cine oscura, el estremecimiento frente a historias imposibles contadas en esas horas de la noche donde parece que la razón ha desaparecido y solo queda la posibilidad de lo terrible. También el terror como significado, porque a través de la zozobra imaginada, el sentido de la vida se impone, esa vibración primaria que nos llama a preservar la cordura, la integridad, nuestro ser básico inocente y humano frente al embate de lo inexplicable con su fuerza destructora.

El miedo del hombre urbano que encuentra -con sorpresa- lo perverso en otro ser con su misma mirada, viene precedido por siglos de decantación. Los monstruos mitológicos del mundo antiguo, las caribidis y escilas que resguardaban las fronteras del mundo conocido, los bestiarios medievales con incubos y súcubos lascivos, y hasta el propio villano gótico con su melancolía de ultratumba, un Drácula que sufre por su eternidad impuesta manifestando su existencialismo al buscar distraer el tedio del infinito al que esta condenado. Todos estos villanos se desdibujan frente a la creación urbana maligna, a la Némesis moderna cuyo sadismo y ausencia completa de moral causan estupor y estremecimiento.

No deja de causar extrañeza percibir el cambio en los patrones de los villanos con los que nos sentimos cómodos, a los que realmente tememos. La semilla ya esta ahí, el Doctor Caligari, como máxima expresión del expresionismo alemán, nos muestra un perverso doctor que controla a una asesino-zombie que rapta mujeres y aterroriza pueblos enteros sin remordimiento alguno. El Golem de Meyrink que nos introduce por submundos de la amoralidad donde un ser hecho de barro puede estrangular a sus victimas sin ningún reparo en cualquier calle de Viena, o el propio Fantomas, psicópata francés que se encargo de darle entierro al villano gótico con sus colmillos y sus capas. Fantomas surge como el paradigma del asesino traidor, camaleónico y sádico que aniquila a sus victimas con técnicas bizarras plagadas de ratas y serpientes. Pero siempre queremos mas perversión en nuestros villanos, también mas credibilidad y maldad, así surge Alexander Delarge que se encarga de personificar la anarquía y la violencia Per se, sin juicio moral, sin obtención de placer trascendente, solo la destrucción y el dolor es su recompensa.

Podríamos esperar compasión de Frankenstein conmovido por la pequeña niña con la que se tropieza en su huida, imagen de la infancia que desconoce al monstruo como fuente del mal, igual que el Ogro de los cuentos, redimido por la inocencia. Pero el postmodernismo con su soledad tecnológica, sus atentados terroristas y la representación de un mundo hundido en la zozobra nos exige un villano desalmado, un villano que no reconoce ni respeta ninguna estructura exceptuando la lógica enferma del placer sádico que no transa con el poder ni el dinero. Al villano moderno solo le interesa el caos y eso lo hace más terrorífico, porque no hay manera de comprarlo, de convencerlo, de conmoverlo, de chantajearlo, su raíz maléfica y su egoísmo lo hacen invencible.

Nuestro villano urbano que nos refleja y nos repugna. Al final de la historia solo queda la sonrisa perturbadora de Hannibal Lecter que sabe lo que nos espera en ese mundo de terror amoral que nosotros hemos pedido.